viernes, 27 de junio de 2014

La tortuga gigante, de Horacio Quiroga


Horacio Quiroga nace en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. De sus primeros intentos de escritura queda un cuaderno de poesías y la fundación de la Revista de Salto (1897). En estos textos se adivinan las importaciones de París de Darío o Lugones y, un poco más adelante, la de escritores extranjeros, entre los que destacan, por su fuerte influencia, Edgar Allan Poe que lo pone “en la pista de un decadentismo que hacía juego con su tendencia a la esquizofrenia, con su hipersensibilidad, con su hastío de muchacho rico”.

En 1990, a la muerte de su padrastro, invierte la herencia en un viaje a París en el que el joven escritor, que iba en busca de la ciudad soñada, pasó mucha hambre y multitud de calamidades. A su regreso, funda el Consistorio del Gay Saber, “cenáculo bohemio y escandaloso2” que presidiría la vida literaria de Uruguay.
En 1901 Quiroga tiene que hacer frente a tres muertes, las de dos de sus hermanos y la de su amigo Federico Ferrando, que pierde la vida en un accidente provocado por el propio Horacio. Tras el suceso disuelve el Consistorio y se traslada a Buenos Aires con su hermana María.

Viaja acompañando a Leopoldo Lugones como fotógrafo en una expedición a Misiones. En sus próximos cuentos sigue apreciándose la influencia de Poe. En 1904 publicará un volumen de cuentos, El crimen del otro. Poco a poco, en sus siguientes obras, irá despojándose del peso modernista y de las influencias de sus lecturas para introducirse en una escritura propia: con Los perseguidos toca por última vez el tema del doble; y en Historia de un amor turbio (1908) incorpora a Dostoievski.

El descubrimiento que, en 1903, le provocará Misiones hace que, gradualmente, la incorpore en sus cuentos como espacio predilecto. Finalmente comprará un terreno en San Ignacio, al que se trasladará con su mujer (una alumna) en 1910. A partir de 1912 Misiones dominará completamente su narrativa.

Es el suicidio de su mujer lo que finalmente lo hace regresar, con sus dos hijos, a Buenos Aires. Es para el escritor una época terrible de la que surgen volúmenes como Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) o Cuentos de la selva (para los niños) (1918).

A partir de 1918 comienza una nueva etapa de su labor literaria, que durará hasta su muerte. Es su mejor faceta como escritor y, sin embargo, su esplendor será muy breve, pues son otros los derroteros por los que viaja la narrativa argentina. Su obra fue vetada y sus publicaciones completamente ignoradas. En el ámbito personal, las cosas no le iban mucho mejor. Finalmente, en 1937, sólo y enfermo de cáncer, él mismo se quitará la vida.




El cuento avanza como género literario a lo largo del siglo XIX y, poco a poco, va cobrando autonomía y fuerza respecto de la novela. La aportación de Horacio Quiroga al desarrollo de la narrativa breve no puede considerarse desde el punto de vista de la mera práctica literaria, es fundamental la documentación teórica que dio al respecto. De entre sus escritos, destaca el “Decálogo para el perfecto cuentista” del que merece la pena reseñar algunos puntos, por ser claves para entender su obra:

- “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.”



El cuento es un relato, cuenta una historia, pero es más breve que la novela y por lo tanto el desarrollo de la estructura típica (exposición-nudo-desenlace) debe ser llevada a término con extrema rapidez. Creo que Quiroga se refiere en estas líneas a que sin una visión clara de a dónde se quiere llegar, es imposible hacerlo con exactitud. En el cuento de “La tortuga gigante” la exposición del conflicto se produce en la segunda frase, sin ningún tipo de rodeos ni ambigüedades.

- “Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes”

Así como el cuento modernista preconizaba la máxima del “arte por el arte” y buscaba la musicalidad de la prosa; Quiroga defiende una sintaxis depurada en donde se exprese el máximo con el mínimo. Así sucede en la descripción de la tortuga malherida donde, con pocas palabras, queda suficientemente descrito el horror: “Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada  del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne”.

- “No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo”

El exceso de adjetivos, al igual que sucedía con la máxima anterior, atenta contra la fluidez del texto. Quiroga no niega la dificultad, pero confía plenamente en el lenguaje cuando afirma que el adjetivo preciso existe y que solo hay que hallarlo. En el cuento de “La tortuga gigante” escasean los adjetivos, hasta tal punto que se describe al protagonista en seis palabras: “era un hombre sano y trabajador”. Está claro que, para Quiroga, los actos dicen más de los personajes que los adjetivos.

- “Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea”

En el caso de “La tortuga gigante” la cita puede considerarse casi literal. El narrador alterna el punto de vista del humano con el de la tortuga, pero en ambos casos se ciñe a lo estrictamente necesario. Incluso cuando la tortuga está viajando por toda la selva hacia Buenos Aires, no hay ni siquiera una sola alusión al paisaje o a las impresiones de ésta, excepto el progresivo cansancio que la embarga.

- “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”

Para Quiroga, por más que a él mismo le costara enormemente, el cuento es contención. Si el escritor se deja llevar por sus sentimientos perderá el norte de la narración desvirtuando el propósito del cuento que es, en última instancia, contar.

“La tortuga gigante” es un relato muy breve en el que un hombre, aquejado de una terrible enfermedad, es enviado al campo por su médico para curarse. Allí, se alimenta de lo que caza y vive en pleno contacto con la naturaleza. Un día mata a un tigre que atacaba a una tortuga y, apiadándose de ésta, la recoge y la cuida hasta que la cura. Al poco, es el quién enferma y la tortuga, agradecida, se encarga de llevarle agua y comida. Pero la enfermedad se agrava y el hombre comprende que en la selva morirá, ya que necesita los cuidados médicos que solo en Buenos Aires pueden proporcionarle. La tortuga, empeñada en salvar al hombre al que le debe la vida, lo carga sobre su caparazón y emprende un viaje de trescientas leguas hasta la ciudad.

La estructura de la narración es clásica, es decir, lineal. Se presenta rápidamente una situación que no requiere de elementos previos y surge un conflicto que se desarrolla y se resuelve. Como elementos clave de esta estructura cabe destacar que la acción evoluciona por medio de dos viajes del hombre: ciudad-selva y selvaciudad. Ambos están marcados por la enfermedad pero sólo el segundo, con la tortuga como compañera, cumple su función de curación total, es decir, solo cuando la ciudad y la selva unen sus fuerzas.

El espacio de la narración es clave para el cuento, la oposición entre la selva y la ciudad. La mayor parte de la historia se desarrolla en la naturaleza, que cobra vida por medio de sus habitantes, los animales. El tiempo, por el contrario, no está definido, ni resultaría relevante para la comprensión.

El narrador es omnisciente aunque según el momento de la narración adopta los diferentes puntos de vista de los personajes, por ejemplo, cuando el hombre está inconsciente la perspectiva de la narración se ofrece desde las patas cansadas de la tortuga. Sí me parece importante señalar que el subtítulo de la colección en la que apareció este cuento, “(para los niños)”, no es un mero formalismo o un reclamo publicitario. Efectivamente, el narrador emplea fórmulas que recuerdan a las de los cuentos clásicos como por ejemplo el encabezado “Había una vez”, o la repetición de verbos como marca de alargamiento temporal, “así, caminó, caminó y caminó”. Se trata de recursos muy frecuentes en los cuentos para niños tradicionales.

En cuanto a los personajes, son cinco en total: el hombre, la tortuga, el director del Zoológico, el ratón y el tigre. Las descripciones son prácticamente inexistentes, del hombre se dice que es sano y trabajador. La tortuga queda un poco mejor definida. Dice de ella que es “tan alta como una silla y pesaba como un hombre”. Por último, del tigre solo sabemos que es “enorme”. Éste último, representa el personaje negativo del cuento, el que intenta matar tanto a la tortuga como al hombre y que muere a manos de éste, que le “rompió la cabeza”. El hombre es el representante de la ciudad, de la
“civilización”, que puede dominar a la selva por medio de armas de fuego pero que, finalmente, es vencido por ella. Solo se salva por la compasión que sintió por la tortuga, representante de la selva o la “barbarie” y que lo llevó a curarla en vez de a comérsela. Ambos personajes se ayudan mutuamente y así consiguen salvarse, en un quid pro quo entre el campo y la ciudad.

Heredera de la tradición romántica, la dicotomía entre civilización y barbarie aparece en estos cuentos para niños. Si para Sarmiento, la selva y los indios eran el mundo incivilizado que había que extirpar en pro de la ciudad (Buenos Aires), para Quiroga el problema no es tan simple. Da una vuelta de tuerca al conflicto: el hombre enferma en la ciudad, motivo por el cual viaja a la selva en la que se cura. Sin embargo allí casi muere de no ser salvado por una tortuga gigante que, a su vez, también había estado a punto de perder la vida en la “barbarie”. Ambos terminan en la ciudad, pero en un zoológico, una especie de punto intermedio entre ambos mundos. Así, “la civilización aparece como salvadora de lo mejor de la barbarie (los animales), la cual, en pago, salva lo mejor de su representación (el hombre). Ambas, finalmente, alcanzan un idílico equilibrio de convivencia en una tierra común a las dos”.  Parece desprenderse del discurso de Quiroga que la alianza entre ambos mundos (los animales “humanizados” podrían ser los indios) no es imposible, ya que aunándose lo mejor de ambos podría llegarse a una convivencia que convendría los dos.

En esta línea, cabe hacer del libro, y del cuento en general, una lectura en clave “ecológica” o de defensa de los espacios naturales. La selva no se configura como mero espacio para la acción de los personajes sino como un actante más de la narración que cobra vida y se comunica por medio de los diferentes animales que la pueblan: “The dialogs of the tigers, the statements of the boas, the expressions of the toucans, are animated and determined by another concern: the jungle as an event. What an animal argues with another, the words they use, are jungle itself, so we can affirm that Quiroga imagines the jungle by creating animal characters capable to talk the green, dialogue the habitat, capable of saying what is not properly human, and that happens in the river, at the tree, etc .;” No es que los animales hablen un lenguaje “humano” (en este caso el español), sino que lo emplean para comunicar el lenguaje de la selva.

En cuanto al estilo, cabe destacar que para Quiroga es esencial una “correspondencia justa –“sin menos ni más”- entre las palabras y las ideas que quieren ser expresadas”5, por eso para él es muy importante elegir, no solo las palabras sino también las construcciones, de manera muy puntillosa, para que cada palabra exprese exactamente lo que él quiere transmitir. Por otra parte, existe en su mente la importancia de la relación entre la obra y los lectores a los que va dirigida. Por ejemplo, en el caso de Los cuentos de la Selva explicita que se trata de cuentos para niños, y así su lectura es sencilla y amena, aunque no por eso carente de trasfondo. La función comunicativa prima por encima de la pura estética.

Horacio Quiroga puede considerarse como el primer impulsor del cuento contemporáneo en Hispanoamérica. Influido en sus orígenes por la corriente Modernista, afincado después en los cánones realistas/naturalistas y, finalmente, precursor del cuento fantástico. Quiroga hace del cuento su mejor fórmula de expresión.


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