El mito de Apolo y Dafne ha llegado hasta nuestros días con el
mismo vigor con que fue escrito por Ovidio en sus Metamorfosis en los
albores del siglo I d.C. La transmisión de un gran número de estos relatos ha
sido relativamente sencilla gracias a la recuperación que de ellos se hizo
durante el periodo renacentista. El humanismo, en su afán por despertar de
nuevo el espíritu clásico, no solo favoreció la recuperación, traducción y
anotación de textos que se creían perdidos; también significó la revitalización
de muchas de las formas y, sobre todo, de los motivos greco-latinos. Así,
atravesando la Edad Media en forma de referencias cristianizadas y moralizantes,
los mitos, la religión oficial del pueblo romano, llegaron a convertirse en
torno a los siglos XV y XVI en uno de los temas más explotados por los autores
de toda Europa. Posteriormente, en su evolución hacia el barroco español, estos
mismos temas tomaron un cariz bien distinto, siendo tratados como motivo
satírico-burlesco por un gran número de poetas, entre los que destacó don
Francisco de Quevedo y Villegas.
El mismo Ovidio fue el que predijo esta pervivencia a
lo largo del tiempo, en los versos finales de su gran obra:
Ya he culminado una
obra que no podrán destruir
Ni la cólera de
Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el tiempo voraz.
Que ese día que no
tiene derecho más que a mi cuerpo,
Acabe cuando quiera
con el devenir incierto de mi vida;
Que yo, en mi parte
más noble, ascenderé inmortal por encima
De las altas
estrellas y mi nombre jamás morirá, y por donde
El poderío de Roma se
extiende sobre el orbe sojuzgado la gente
Recitará mis versos,
y gracias a la fama, si algo de verdad hay
En los presagios de
los poetas, viviré por los siglos de los siglos.