El mito de Apolo y Dafne ha llegado hasta nuestros días con el
mismo vigor con que fue escrito por Ovidio en sus Metamorfosis en los
albores del siglo I d.C. La transmisión de un gran número de estos relatos ha
sido relativamente sencilla gracias a la recuperación que de ellos se hizo
durante el periodo renacentista. El humanismo, en su afán por despertar de
nuevo el espíritu clásico, no solo favoreció la recuperación, traducción y
anotación de textos que se creían perdidos; también significó la revitalización
de muchas de las formas y, sobre todo, de los motivos greco-latinos. Así,
atravesando la Edad Media en forma de referencias cristianizadas y moralizantes,
los mitos, la religión oficial del pueblo romano, llegaron a convertirse en
torno a los siglos XV y XVI en uno de los temas más explotados por los autores
de toda Europa. Posteriormente, en su evolución hacia el barroco español, estos
mismos temas tomaron un cariz bien distinto, siendo tratados como motivo
satírico-burlesco por un gran número de poetas, entre los que destacó don
Francisco de Quevedo y Villegas.
El mismo Ovidio fue el que predijo esta pervivencia a
lo largo del tiempo, en los versos finales de su gran obra:
Ya he culminado una
obra que no podrán destruir
Ni la cólera de
Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el tiempo voraz.
Que ese día que no
tiene derecho más que a mi cuerpo,
Acabe cuando quiera
con el devenir incierto de mi vida;
Que yo, en mi parte
más noble, ascenderé inmortal por encima
De las altas
estrellas y mi nombre jamás morirá, y por donde
El poderío de Roma se
extiende sobre el orbe sojuzgado la gente
Recitará mis versos,
y gracias a la fama, si algo de verdad hay
En los presagios de
los poetas, viviré por los siglos de los siglos.
LOS PROTAGONISTAS
Apolo
(en griego Άπόλλων)
Apolo se convirtió en el dios helénico por
excelencia, pero no figuraba entre las divinidades adoradas por los helenos
cuando llegaron a Grecia ni fue un dios pre-helénico. Su etimología confusa
hace que su origen sea incierto, su nombre no puede deducirse del léxico
indoeuropeo. Además su culto tiene muy poca antigüedad en comparación con la de
otros dioses del Olimpo y en Delfos se lo recuerda como un intruso. Parece que
tanto el Apolo griego como el etrusco llegaron al mar Egeo durante la Edad de
Bronce (entre el 1100 y el 800 a.C.). Existen tres teorías acerca de su origen:
-
Apolo nórdico (llegado desde
algún lugar al norte de los Balcanes).
-
Apolo minorasiático
(tradición épica que lo relaciona con la Triade).
-
Apolo nórdico-minorasiático
Tanto en la mitología griega como en la romana,
Apolo es uno de los más importantes y multifacéticos dioses. El ideal del
kouros (joven imberbe), dios del sol, el tiro con arco, la medicina, la música,
la poesía y las artes. Además es un dios
oracular, la deidad profética de Oráculo de Defos, patrón defensor de rebaños y
manadas, y jefe de coro de las Musas.
Los atributos más comunes de Apolo fueron el arco y
las flechas y la cítara. Su planta era el laurel y entre sus animales se
encontraban los lobos delfines o cisnes.
Desde el punto de vista literario, Apolo representa
la armonía, el orden y la razón, en contraste con su hermano Dioniso que
representa el desorden. De ahí las dos fuentes de inspiración para Nietzsche
(en el siglo XIX): lo apolíneo y lo dionisíaco que, para los griegos, ya
existían pero eran complementarias y ambas necesarias.
Los romanos adoptan el culto griego a Apolo
considerándolo un dios genuinamente griego, por lo que no tiene equivalente
directo en su mitología. Sin embargo, los poetas romanos se refirieron a él con
frecuencia como Febo.
Es una ninfa cuya paternidad fluctúa por distintas regiones según
las fuentes a las que se remita: hija del río Ladón (en la Arcadia) según
Filostrato y Pausanias; hija del río Amiclas (en Laconia) según Partenio de
Nicea; hija del río Peneo (en Tesalia) según Higinio y Ovidio.
FUENTES DEL MITO
Además del relato
de Ovidio, nos han llegado otros testimonios. Los de Partenio de Nicea y de
Pausanias (autores griegos) introducían junto con el relato de Apolo y Dafne el
de Leucipo, otro pretendiente de Dafne. Otro griego, Luciano de Samosata, fue
precursor en cierto sentido de la obra burlesca de Quevedo. Además, el mito
aparece en otros muchos autores clásicos como Higinio, Servio, Fulgencio,
Filostrato o Filarco.
APOLO Y DAFNE EN OVIDIO
Las Metamorfosis
de Ovidio son un conjunto de doscientos cincuenta mitos articulados en quince
libros. Es difícil determinar si existe una estructura reconocible o si se trata
de la simple sucesión de cuentos. Para Ovidio, su obra constaba de una única
materia, las metamorfosis, y la forma de narrarlas era continua. Hay varias formas de ver la obra:
-
Contemplar la
obra como una historia universal en poesía, organizada cronológicamente desde
la creación del mundo hasta la época de Augusto.
-
División
temática en cuatro secciones: I Amor Divino, II Venganza de los dioses, III El
amor como sufrimiento, IV Troya y Roma; todo ello interrelacionado y ramificado
hasta los mínimos detalles. Visión completamente externa a la obra ovidiana.
-
División en
tres grupos de cinco libros, cada uno a cargo de una persona: la musa en el
libro V, la canción de Orfeo en el libro X y el discurso de Pitagoras en el
libro XV
-
Otra
interpretación es defender que existe un eje central, el libro VIII, alrededor
del cual se van construyendo mitos mayores, mitos menores y pasajes de
transición.
Formalmente, la perfección técnica
estriba en la interrelación de historias mediante procesos de oposición y
contraste. Respeta el esquema de la poesía épica tradicional, pero ciertos
rasgos lo distinguen: Ovidio no pudo renunciar a la frivolidad ni a las
seducciones mundanas, los dioses aparecen dibujados con ironía, carecen de la
majestuosidad con que contaban en los poemas de Virgilio y Homero, son dioses
muy humanos. Además, el estilo goza de gran variedad, con muchos registros
diferentes, con cambios inesperados de tema, paréntesis... Es un poema con
movimiento, barroco, con innovaciones tanto léxicas como sintácticas.
El
mito
Previo al mito de
Apolo y Dafne, Ovidio narra el episodio de la serpiente Pitón, vencida por
Apolo. Este acontecimiento dio origen a dos hechos: la instauración de los
juegos Píticos (con la corona de laurel) y la disputa del dios con Cupido.
Apolo orgulloso
ve aparecer a Cupido armado con sus flechas y se burla de él. El dios del amor,
iracundo, responde sacando dos flechas de su aljaba. Dispara a Febo con una de
oro, que produce el amor y se clava en su médula atravesando sus huesos, y a la
ninfa Dafne con una de plomo, que lo ahuyenta, produciendo en ambos
sentimientos contrarios.
Ovidio describe a
la ninfa como amante de los bosques. Émula de Diana, había pedido a su padre la
concesión de permanecer siembre virgen. Nada más verla, Apolo arde de amor, se
describe con detalle la belleza de la ninfa que huye al verlo.
Apolo trata de
impedir la huída y comienza un largo elogio de sí mismo: habla de su amor, de
sus títulos y poderes y admite su fracaso ante Cupido, en un intento por alcanzar
la compasión de Dafne. La descripción de la huída se realiza mediante símiles:
huye como la cordera del lobo o la cierva del león. Finalmente, lanza una
petición de ayuda a su padre Peneo quien la convierte en laurel. La
metamorfosis es detallista, avanzando de arriba hacia abajo. En ese momento la
alcanza Apolo y, abrazándola, aun enamorado, besa la madera.
Apolo triunfador
sobre Pitón cayó ante el amor, que consigue como premio la corona triunfal de
laurel: triumphus amoris. Se le
otorga al laurel varios honores y privilegios, el primero, ser escogido como
árbol para que adorne el cabello la cítara y el carcaj de Apolo.
APOLO Y DAFNE EN LA EDAD MEDIA
En el periodo medieval se hicieron gran cantidad de
interpretaciones simbólicas del mito. Dafne se nos presenta como el símbolo de
la pureza permanente o de la verdad, en relación con el laurel. También hay
explicaciones naturales y racionalistas ante la paternidad de la ninfa y cómo
se metamorfosea junto a las aguas ya que los laureles necesitan de zonas
húmedas. Son muchas las versiones y revisiones del mito en toda Europa. Solo
citaré algunas de ellas:
-
El Ovide moralisé (XII-XIV) es una adaptación francesa de las Metamorfosis con interpretaciones
moralizadoras de los mitos. La historia de Dafne sirve como defensa de la
castidad.
-
En la obra de Petrarca hay
infinidad de alusiones al mito de Dafne, sobre todo aparece en la Égloga III
del Bucolium Carmen y en constantes
menciones en el Canzoniere. La Égloga
III se puede dividir en dos partes: Dafne/Laura como aparece en el Canzoniere, y Dafne/Laura como
inspiradora de la poesía de Petrarca. Aparecen dos personajes: Stupeus (Petrarca) y la ninfa que, como
en el mito de Ovidio, huye sin escuchar los ruegos de Stupeo. Dafne, en este
caso, se detiene al final para indagar en los motivos del amor del poeta.
Stupeo retrocede y revive la primera vez que la vio. Al no poder corresponder a
su amor, la ninfa le invita a cantar y, luego, conmovida por sus versos, le
ofrece la corona de laurel. El Canzoniere
está dividido en dos partes: rimas en vida de Madonna Laura y rimas tras la
muerte de ésta. Laura tiene las características de la domina del Dolce stil novo,
la donna angelicaata y hay una fusión
mítica de Petrarca en Apolo, sus sufrimientos son los mismos.
§ En Petrarca se encuentra por primera vez un uso del mito de forma
subjetiva.
-
Boccaccio, Genealogia deorum gentilium (1350-1375)
en el capitulo 29 del libro VII aparece “Sobre Dafne la hija de Peneo”. La
trata brevemente considerándola muy conocida. Su interpretación es natural
(influencia de Fulgencio): expone el hecho de que en las orillas del Peneo
hubiera muchos laureles y da las características del árbol: es el de los
vencedores y los poetas ilustres demostrando que las hazañas se mantienen
siempre con “perpetua lozanía”; es el único árbol que no es fulminado por el
rayo, porque la gloria de los hombres no puede verse dañada por el rayo de la
envidia; tiene capacidad de adivinación.
-
Hay constantes alusiones a
Dafne en la obra del Marqués de Santillana: en la Comedieta de Ponça la compara con la hija de Doña Leonor de
Portugal; también aparece citada por su belleza en los Sonetos fechos al itálico modo.
-
Juan Pérez de Moya en su Philosophia secreta distingue varias
interpretaciones y divide el capítulo en tres partes: fábula, sentido natural y
moralidad. La tercera es que los antiguos querían alabar la castidad.
EL MITO EN GARCILASO
Garcilaso tiene
dos creaciones que giran en torno al mito de Apolo y Dafne y la idea del amor
inalcanzable: el soneto XIII y una parte de la égloga III. El mito, en
Garcilaso, es una metáfora de los mismos sentimientos que el poeta expresa en
obras anteriores con imágenes diversas, las fuentes clásicas no son lo
realmente importante.
En el soneto
XIII, compuesto durante su estancia en Nápoles, influyen dos fuentes, la
ovidiana y la canción XXIII de Petrarca. Es más importante la de Ovidio, que
acentúa la habilidad descriptiva mediante los alardes técnicos, consiguiendo
esa plasticidad de la que hablaba Lapesa. Sin embargo, hay elementos que no
aparecían en Ovidio:
-
El color del cabello de la
ninfa no se especifica en las Metamorfosis
pero en Garcilaso, por influencia de Petrarca y la estética renacentista, la
hace aparecer rubia.
-
El “vi” del tercer verso nos
presenta al poeta como espectador de la metamorfosis. A. Prieto sugiere que el
soneto podría estar también inspirado en la contemplación del cuadro de Apolo y
Dafne de Pollaiolo.
-
Tampoco aparecen en Ovidio
los dos tercetos finales donde aparece Apolo llorando a Dafne, así se encierra
la fusión mítica del poeta con el dios.
-
El soneto comienza in media res y trata solo el instante de
la metamorfosis, convirtiéndose en modelo para el tratamiento de las
transformaciones en poetas posteriores.
A Dafne
ya los brazos le crecían
y en
luengos ramos vueltos se mostraban;
En verdes
hojas vi que se tornaban
Los
cabellos que el oro oscurecían;
De áspera
corteza se cubrían
Los
tiernos miembros que bullendo estaban;
Los
blancos pies en tierra se hincaban
Y en
torcidas raíces se volvían.
Aquel que
fue la causa de tal daño,
A fuerza
de llorar crecer hacía
Este
árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh
miserable estado, Oh mal tamaño,
que con
llorarla crezca cada día
la causa
y la razón por que lloraba!.
En
la égloga III cuatro ninfas relatan con sus bordados cuatro amores
desgraciados, entre los que se encuentra el mito de Apolo y Dafne que aparece
brevemente descrito siguiendo el esquema ovidiano: Apolo cazando y Cupido
vengativo con sus flechas, Dafne huyendo del dios y la metamorfosis que
concluye con el llanto de Apolo.
Dinámene no menos artificio
mostraba en la labor que había
tejido,
pintando a Apolo en el robusto
oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar luego le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido.
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta de
oro.
Dafne con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie corria
por áspero camino, tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía que,
porque ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía.
El va siguiendo, y ella huye como
quien siente al pecho el odïoso
plomo.
Mas a la fin los brazos le crecían,
y en sendos ramos vueltos se
mostraban.
Y los cabellos. que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces se extendían
los blancos pies, y en tierra se
hincaban;
llora el amante, y busca el ser
primero,
besando y abrazando aquel madero.
Lo
que hace al tratamiento de Garcilaso distinto del resto de poetas es que tanto
en el soneto como en la égloga el Dios llora la transformación de su amada. En
Ovidio, había consuelo pensando que el laurel sería premio para glorias futuras
mientras que Garcilaso se encuentra cercano a la desesperación.
Garcilaso no
pretende dar una lección moral, asocia los mitos a su propio sentimiento. Su
genialidad radica en que teniendo la mente plagada de representaciones míticas
sabe alojarlas en el campo auténtico y familiar, en el Tajo, como en sus
sentimientos más desgarrados.
EL MITO EN QUEVEDO
Tanto los sonetos 536 y 537, con el mito
de Apolo y Dafne como tema central ambos, son más una burla al poema de
Garcilaso que al mito de Ovidio. Quevedo invierte la perspectiva y destruye el
mito y sus actantes.
En el soneto A Apolo siguiendo a Dafne, los protagonistas actúan sin hablar,
como títeres manejados por la voz del poeta que intercala el apóstrofe y nos
proporciona una descripción ridícula de la fábula. Así, el mito queda
transformado en una relación chulo-buscona. El soneto se basa en consejos del
locutor a Apolo para que logre su objetivo, la seducción de la ninfa. El autor
se vale de los exempla de otras fábulas reinterpretadas desde el prisma
satírico, mostrando las astucias que otros dioses emplearon para conseguir
fines similares. El texto no posee ni narración ni diálogo, solo dos monólogos
en boca del poeta-testigo. La idea de base es enfatizar la inutilidad de la
persecución y del uso de la luz cuando la solución es otra: pagar por los
favores de la ninfa.
A Apolo siguiendo a Dafne
Bermejazo
platero de las cumbres,
a cuya luz se espulga la canalla:
la ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres.
Si quieres ahorrar de
pesadumbres,
ojo del cielo, trata de compralla:
en confites gastó Marte la malla,
y la espada en pasteles y en azumbres.
Volvióse en bolsa Júpiter severo;
levantóse las faldas la doncella
por recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue de alguna dueña
estrella,
que de estrella sin dueña no lo infiero:
Febo, pues eres sol, sírvete de ella.
El
primer verso comienza con la desvalorización de Apolo con el adjetivo bermejazo, cuyo sufijo enfatiza las
connotaciones peyorativas del color pelirrojo que en la tradición occidental se
relacionaba con el malvado. Además se le adjudica el oficio de platero, que en Quevedo tenía
connotaciones negativas. Así, la función
del dios-astro queda reducida a servir de luz y calor a la canalla, término despectivo.
El mito va
sumiéndose en una atmósfera de total degradación. El tercer verso es clave, introduce
a la ninfa mediante la rima interna entre se
espulga (la canalla) y afufa, marcando unión entre ambas
partes. Ninfa, en germanía, aludía a
la “prostituta tributaria de un rufián”. La presencia de los términos
germanescos, afufarse (huir) y callar (callejear) insisten en la
desvalorización del tema por el lenguaje. Del cuarto verso destaca el sentido
erótico del verbo gozar, mediante el
que se nos muestra abiertamente el trato ramera-cliente.
El segundo
cuarteto sigue en la misma línea. El poeta se dirige a Apolo mediante el
sintagma ojo del cielo, del que se desprenden connotaciones escatológicas. Para
ilustrar el consejo que le da, recurre a los exempla de Marte y Júpiter. En la interpretación quevediana Marte
habría conquistado a Venus a fuerza de regalos que conseguía empeñando
vendiendo sus armas. El episodio de Júpiter con Dánae queda impregnado por el
matiz costumbrista que introduce el aspecto económico.
En el segundo
terceto se desarrolla la sátira de las dueñas: el término estrella se refiere al destino, por lo que las estrellas son las
terceras, las alcahuetas. El poeta sugiere al sol que compre una dueña para
poder conseguir a la ninfa.
El soneto 537
continúa en la misma línea que el anterior y guarda con él una estrecha
relación tanto porque los recursos empleados son los mismos como porque ambos
forman un todo. En este, el autor pone al corriente a la ninfa de las
intenciones del dios.
A Dafne huyendo de Apolo
Tras
vos, un alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
pues vais del Sol y de la luz huyendo.
Él os quiere gozar, a lo que
entiendo,
si os coge en esta selva tosca y ruda:
su aljaba suena, está su bolsa muda;
el perro, pues no ladra, está muriendo.
Buhonero de signos y planetas,
viene haciendo ademanes y figuras,
cargado de bochornos y cometas."
Esto la dije; y en cortezas duras
de laurel se ingirió contra sus tretas,
y, en escabeche, el Sol se quedó a escuras
El soneto se
centra en la figura de Dafne. Los once primeros versos aportan la interpelación
a la ninfa de la caracterización negativa de Apolo. En el último terceto se
presenta la transformación y la destrucción de cualquier connotación poética.
El primer
cuarteto satiriza la actitud huidiza de Dafne. Se llama al Sol alquimista con connotación peyorativa.
El vocablo cruda hace referencia a
‘sin cocinar’, haciendo referencia a que no ha pasado por el horno del
alquimista (en Covarrubias también puede ser áspero, cruel…). En el verso
tercero se le aplica una designación zoomórfica, murciégalo, introduciendo una transformación que no estaba en la
fábula original.
El segundo
cuarteto y el primer terceto se centran en Apolo. Con los verbos gozar y coger irrumpen de forma brusca las intenciones que lleva el dios.
En tan sórdida relación, el escenario no podía ser el del locus amoenus, sino una selva
tosca y ruda.
El último terceto
se inicia con la frase esto la dije, que cierra la interpelación del poeta a la
ninfa y sintetiza la metamorfosis y los efectos ridículos sobre Apolo, que
aparece como un bobo, un pícaro fracasado que ha quedado burlado y sorprendido
ante la imprevista mutación de la ninfa.
APOLO Y EL PUNTO DE
VISTA
Como punto final cabe destacar un motivo esencial que marca, en cierto
sentido, el camino que ha tomado este mito (y la mayoría de los mitos) a lo
largo de la historia literaria occidental: el punto de vista.
-
Ovidio mira hacia arriba,
hacia el Olimpo, para encontrar a su dios Apolo. Sus descripciones, el tratamiento
que hace de la fábula, la estructura y, sobre todo, el estilo, muestran como el
autor se encuentra por debajo del dios Apolo y su perspectiva, al narrar su
historia, es un detonante del estilo y la forma.
-
En Garcilaso el tratamiento
es otro, hay un tú a tú, especialmente en la identificación que tiene el poeta
con el dios Apolo tras la pérdida de la amada. Esa subjetivación y suplantación
de identidad, unidos a que en el Renacimiento los dioses romanos no fueran más
que leyendas, hacen que el autor se
encuentre a la misma altura que los personajes.
-
En Quevedo, como se ha visto,
Apolo es insultado, cosificado, burlado, movido por hilos como si de una
marioneta se tratase… en definitiva, el autor mira a sus personajes desde
arriba, juzgándolos y entrando en la narración para dar su propia versión de
los hechos. Si de perspectivas se habla, don Francisco se permite el lujo de
mirar al dios Apolo por encima del hombro y sonreírse.
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