El latín empezó a usarse en
Hispania como resultado de su gradual incorporación al Imperio Romano y de la
romanización consiguiente de los distintos pueblos prerromanos. La fase de
conquista y asentamiento dio paso a la latinización. Ahora bien, el uso del
latín no fue impuesto: las poblaciones locales lo aprendieron de los colonos
romanos, administradores, etc. El proceso fue rápido en algunas zonas (este y
sur), más lento en otras (centro, oeste y norte) y no llegó a completarse en un
área (el País Vasco).
Desde el siglo X y hasta
principios del siglo VIII, la mayor parte de la Península se encontraba
sometida al dominio de la monarquía visigótica y de su aristocracia. Los
visigodos estaban ya parcialmente romanizados antes de entrar en la Península y
es muy probable que mantuvieran desde el principio una situación de bilingüismo
entre el latín y su lengua nativa que no alcanzó, en su etapa hispánica,
estatus de código escrito, por lo que el latín continuó siendo la lengua de
cultura.
La invasión islámica del 711
tuvo enormes consecuencias lingüísticas, pues no sólo provocó el contacto entre
el latín hispánico y sus descendientes con el idioma de otra cultura, sino que
creó además las condiciones para la aparición de un número importante de
préstamos léxicos y semánticos procedentes del árabe. Los efectos lingüísticos
de la conquista fueron más profundos todavía, ya que transformó completamente
el mapa dialectal de España e hizo cobrar importancia a unas variedades
romances que, de no haber tenido lugar esta gran alteración, hubieran quedado
marginadas y relegadas a la periferia.
Igualmente importantes fueron
las consecuencias lingüísticas de la Reconquista cristiana de la Península. Las
modalidades hispanorromances de habla que eran hasta entonces marginales se
extienden hacia el sur. Entre estas variedades periféricas del romance
hispánico figuraba una de las más “anómalas”, el castellano, que se iba a
convertir después en la lengua más extendida.
Al principio, las
características propias de la zona de Burgos y sur de Cantabria se difundieron
hacia el sur, sureste y suroeste, debido al establecimiento de castellanos en
los territorios reconquistados y porque gentes de otra procedencia lingüística
adoptaron el castellano. La creación del reino de Castilla (1035) avivó la
conciencia de la identidad individual del habla castellana; asimismo, la
conquista de Toledo en 1085 tuvo una significación lingüística notable, dado el
prestigio que este triunfo aportaba a Castilla y a su vehículo de expresión, el
castellano.
Los rasgos del castellano no
se difundieron únicamente por aquellos territorios del mediodía peninsular
hasta donde había llegado el reino de Castilla; mientras éste crecía hacia el
sur, la población de los reinos vecinos iba adoptando caracteres propios de la
manera de hablar de los castellanos. Las razones de esta expansión lateral y de
la imitación de los rasgos lingüísticos castellanos radican en el prestigio
político de Castilla, resultado de su papel predominante en la Reconquista, así
como en el desarrollo de su literatura.
Alfonso X el Sabio vivió en
un ambiente lingüístico bastante complejo tanto desde un punto de vista
dialectológico como cultural. Por una parte se utiliza, según las regiones, el
latín o el árabe como lengua de erudición. Al mismo tiempo se hablan cinco
tipos de dialectos románicos y un idioma de origen no-indoeuropeo. El latín y
el árabe se escriben, los dialectos muy raras veces. El mérito de Alfonso X
consistió en dar a la prosa castellana a través de sus obras el rango de una
prosa escrita apta hasta para el uso científico.
Al tiempo y la obra de
Alfonso el Sabio se le atribuye la fijación y nivelación ortográfica de la
lengua castellana. Ésta se trata de un sistema muy fonético, base de la
admirable ortografía española moderna. Otro hecho de fijación del idioma y
anterior concurrencia de tradiciones es el de la no apócope vocálica; Lapesa
analiza el proceso y concluye que la oposición en el comportamiento respecto a
la vocal –e hubo de consistir en el conflicto entre dos tradiciones. El rey se
sumó a la de uso más espontáneo llevado quizá por su inclinación a un tipo de
lenguaje más llano.
Asimismo la sintaxis ganó
entonces hasta hacer al idioma capaz para toda clase de exposiciones. Dámaso
Alonso la caracterizó bien llamándola trabada y abundante. Por igual, las
definiciones léxicas alfonsíes contribuirán a la mejor propiedad de la lengua,
fuera de que en sí mismas pueden resultar excelentes.
LA NORMA DE TOLEDO
El uso de la lengua patrimonial castellana fue muy
precoz y anterior respecto a otros reinos; no bastaba, no obstante, así:
faltaban sintaxis y léxico adecuados y ajustados y a este final llevará la
empresa de Alfonso X, que aumentó los medios expresivos de la lengua y en ello
fundamenta su trascendencia histórica.
El castellano tiene ahora su centro normativo en
Toledo: la alfonsí es la prosa literaria, pero de la misma precipita un sistema
lingüístico para el hablar. Tal sistema normativo absorbe e incluye la variedad
dialectal leonesa, de modo que diría Menéndez Pidal: "En tiempos del Rey
Sabio, León estaba, no ya unido a Castilla, sino confundido con ella, tanto que
nunca se nombra un lenguaje leonés, y probablemente cuando Alfonso pone
énfasis en lo que él llama castellano drecho, incluiría bajo tal
denominación también el habla de León".
Lapesa ha probado que en documentos notariales
otorgados en la zona centro-occidental de Asturias, desde 1270 comienzan a
manifestarse tendencias que separan su lengua del gallego y la aproximan al
asturiano central y al castellano, para al cabo los restos dialectales hallarse
extinguidos a fines del XV.
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