“En el país
de la infancia, todos somos extranjeros”
La lectora se sumerge en
la obra de Llamazares con cierto escepticismo pero con ánimo de seguirle en sus
aventuras por el curso del río Curueño, desde su casa, eso sí: gracias a la
ventana de Google. El escepticismo viene provocado por los libros que tienen (o
dicen tener) una importante dosis de realidad en su interior. Para la lectora
hace tiempo que la literatura es la patria de los sueños (“la fantasía al poder”,
dice su maestra), no la patria de la realidad. Por eso, la lectora desconfía de
su libro, como desconfía de la realidad.
La lectora comienza la
caminata del viajero siguiéndole a través del Google Maps, con sus itinerarios
y sus imágenes, se introduce en el valle leonés del Curueño y se esfuerza por
visualizar el paisaje humano del que da cuenta el viajero. Éste se recrea en
las vistas, en las anécdotas de la zona y en los personajes (las personas) que
pueblan sus tierras. Con un mecanismo interesante introduce algunos de ellos
contestando sus propios pensamientos, lo que hace pensar a la lectora escéptica
que son más producto de la imaginación del viajero que producto de la tierra.
De estos encuentros más o menos ficticios se vale el viajero para transmitir al
lector (en este caso la lectora escéptica) los mitos de la zona, como la
leyenda de Polma y Curienno o la casa de los duendes; las referencias a
personajes históricos (o no) como la Dama de Arintero o el moro tuerto que dio
nombre al pueblo (Montuerto); y sobre todo el paisaje y las sensaciones que
éste le transmite al viajero: las piedras de la vieja calzada romana, los
puentes diseminados a lo largo del curso del río, las cascadas escondidas o las
cuestas imposibles de subir. Poco a poco el viajero se adentra en los rincones
de su infancia, los rincones de la memoria, a los que accede, a veces sin darse
cuenta, por medio de los sabores, los sonidos o los olores de su tierra. Al
regresar al pueblo donde pasara los veranos, lo hace como un forastero, “en el
país de la infancia, todos somos extranjeros”. Y entiende mejor ese sentimiento
al conocer a don Laurentino el Matalobines, expulsado de Villarrasil, su hogar,
que fue muriendo poco a poco hasta quedar despoblado. Éste es otro tema que al
viajero le resulta acuciante, la despoblación de estos montes, la pérdida
irremisible de sus gentes, dispersas ya por el mundo, y la devastación en forma
de una Villarrasil fantasma que apenas sí logra encontrar entre la maleza. Las
preocupaciones del viajero ya venían de lejos, desde que en 1988 fabulara sobre
la desaparición de Ainielle, otra aldea muerta, del Pirineo Aragonés.